Emilio Devesa expone en el Purga2. No sé si fue el año pasado, o un poco antes, cuando pudimos verle en el Purga1 una pintura de tránsito, en un punto en que su obra comenzaba el amaneramiento del cansancio. Él mismo se dio cuenta y deshizo varios de los cuadros en exposición, cuadros que, como siempre, como ahora, tenían en el retrato su apoyo para ir más lejos. Después expuso en Albacete, donde continuó con sus obsesiones retratistas y, no hace nada, estuvo en la Sala Municipal de Alicante, donde, con su exposición Cicatriz, ha podido conocer el ridículo censor de un Concejal de Cultura que no ve en una obra más allá de sus apéndices genitales, como tampoco más acá de dos o tres inmersiones espermáticas, ni a sus interpretes ni a la misma cultura.

Para que el lector cobre cuenta del absurdo conseguido, este concejal prohibe una interpretación de David Pérez a un cuadro de Devesa, escrita para el catálogo —además de otra de Pepe Miralles. David Pérez, lo sabemos, está vinculado a Consuelo Ciscar —Directora General de Promoción Cultural, Museos y BB. AA.— y a sus programas de arte contemporáneo, y la Directora General, así lo acredita su despacho, lo es del gobierno del PP. En suma, el señor concejal, ha rayado el desatino de censurar a un valido de la Directora General que ha creado el Consorcio de Museos al que pertenece su alcalde: Todo un refinamiento que me confunde; porque ¿corrige, este concejal, la política de Consuelo Ciscar —a la que pocos discuten en su difusión de la cultura valenciana: yo tampoco— al censurar a un crítico vinculado a su programa de arte contemporáneo? Sólo puedo calificar esta situación de calamitosa. Parece que las concejalías de cultura del PP, como sucedió en Valencia, tienen inclinación al obstáculo.

Pero volvamos a Devesa, inocente del veto a las interpretaciones de sus analistas. Por cierto, a mí no me han purgado, en ese mismo catálogo: sí a David Pérez, y eso no lo soporto.

En Devesa, en la exposición Cicatriz que ahora está en el Purga2, continúa su afán por pintarlo todo, aunque ya empieza a despintar algunas partes de sus cuadros para que no todo lo leamos a la primera. Algo que antes le sucedía, lo pintaba todo, hasta el límite y lo veíamos todo de golpe; de manera que se daba una contradicción brutal entre su hacer y nuestra mirada. O, dicho de otro modo, su esfuerzo era infructuoso. Parece que ha tomado conciencia de esto, el autor, y dentro de su obsesión por llevar la pintura y lo pintado hasta el extremo, hasta salirse del cuadro e invadir la sala expositiva, ha conseguido una más duradera unión con el espectador al ocultarle gran parte de lo pintado a la primera mirada del encuentro con las obras. Ahora, Devesa, llega al extremo hiperbólico escondiendo lo más importante de su pintura, que no es el retrato sino toda la panoplia de fijaciones sexuales que construyen los cuerpos que retrata. Esos cuerpos retratados, ahora son paredes sobre las que el autor va proyectando, como a escondidas para que te acerques y lo leas con calma, sus interpretaciones a la pasión que es sólo sexo, y un momento, porque al siguiente no me acuerdo, que ya lo hicimos y no tengo tiempo. Todo ese lado deportivo del amor en las cavernas, es el que nos cuenta en esta exposición sin verlo hasta que te acercas, pero cuando te arrimas, te queda claro: Y lo censuran. Además, y como siempre en él, durante la inauguración, nos recordó que es el performero expiatorio por excelencia y que en él, todavía, podemos rastrear todos los estigmas del arte.



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