Toíto te lo consiento menos faltarle a mi mare (o algo así)
Como todos los viernes, el del dos de este mes, abro el Levante por las páginas centrales para ver si la Posdata me publica algo, veo que sí, y lo guardo para leerme más tarde, es un reflejo vanidoso que no puedo evitar. A mi derecha, a todo lo largo de la página, ese día, bajo el título de Abyecciones Humanas, en su columna fija y destacada en gris, Joan Verdú trata de un artista al que no quiere dar publicidad (Juan Domingo) pero sí vapulear, para continuar la inercia de los distintos medios de comunicación de masas estos últimos meses. Al principio me mosqueo con su lectura, cómo puede uno pronunciarse con tanta gratuidad sobre un asunto que desconoce y lanzarse a desacreditar a alguien por una imagen mal vista, en un contexto despreciable, para JV, sólo empujado por la presencia de unos amigos (un valor moral a destacar). Me enfado, sí, porque estoy cansado de que se metan con Juan Domingo desde el completo desconocimiento; más tarde, digerida la lectura precipitada característica a los medios de masas, reparo en que el firmante de Abyecciones Humanas es el ejemplo perfecto del comportamiento mediático que hemos venido sufriendo estos meses Juan Domingo, el abyecto, y yo, su promotor (todavía no sé en qué lugar situarme, en el plano moral de JV): a partir de un vuelo de campanas, pues su pontificado es de campanario y su voz la del moralista que se atreve a juzgar el arte y limitarlo en sus temas, con máximas del tipo «con los niños, no, hasta aquí podíamos llegar», y de ahí para abajo; en atroz confusión entre lo que ve y la realidad de las cosas, como si lo representado, alguna vez, fuera la mismísima realidad. Y siguen las afirmaciones y los prejuicios de bulto, como cualquiera de la masa hubiera hecho, y los mismos medios de formación de la opinión han repetido, sin ver ni saber. Con un simple atisbar decreta la calidad y alcance de una obra que ignora, y esto lo afirmo con entera seguridad porque lo único cierto de todo este dislate es que muy pocas personas (tal vez un centenar y medio) han visto la exposición cerrada, con tanto acierto para JV. Como además lee, no sólo a los malditos, también a los depravados (imagino que nunca a los abyectos), y, al parecer, la lectura hiere menos su vista que otro tipo de artes, claro, verlo es otra cosa, sobre todo si tienes la inclinación a confundir lo visto con lo cierto; como decía, lee, se deja llevar por lo que su menú de razonamiento tópico le dicta, y cree a pies juntillas (como le sucede con lo visto) lo que se publica, llega a hacer propio todo lo que los papeles han ido dictándole, sin pruebas ni tregua, sobre un asunto del que sólo he conseguido una lección: la prensa es un poder y su impunidad queda patente al ver cómo cualquier señor (JV, por ejemplo), tras entrever una imagen, se permite descalificar la obra entera de quien ya desprecia porque toca su sagrada formación moral; por haber rayado un tabú (suyo), se descalifica un trabajo que no se quiere conocer, y, además, vuelve a despreciarlo porque es una obra que sólo le cabe entender bajo el deseo de publicidad (lo que nos viene ocurriendo, a Juan Domingo y a mí, desde el primer día con quienes sólo ven la punta de su nariz, como si toda publicidad recaída sobre una obra, o persona, fuera buena, aplicando esa cima de nuestra ciencia nacional que es el refranero popular, que hablen de uno aunque sea mal), incapaz, JV, de ver en las artes, uno de sus primeros sentidos, el figurado, y tan impaciente que no puede documentarse antes de vociferar.
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