Los políticos, otra vez, no sé si por la campaña electoral o porque no saben hacer otra cosa, dando la vara.
El 31 de enero contaba RVM en este periódico que el Consejero de Cultura, el señor Esteban González Pons, decía del Espai de Arte Contemporáneo de Castelló (EACC) que «En la exposición hay una foto de un adulto enseñando a disparar una pistola a un niño. Yo creo que eso no es educativo». Llamo la atención sobre el curioso modo en que algunos interpretan la realidad y arbitran sobre ella, quien vaya a la exposición Tinieblas. Poéticas artísticas de la violencia difícilmente verá tal foto, así que desandemos lo leído e imaginemos la situación. Al señor González Pons le muestran una foto para catálogo en la que aparece una pieza escultórica de Wang Du, parte del conjunto Réalité jetable (Realidad desechable), con un adulto enseñando a un niño a disparar un revólver sin cañón, cortado por el tambor; el señor González Pons, como muchos otros, confunde la foto con la realidad y pasa a ver en ella la realidad misma. No me extraña, el otro día la tele, otra gran productora de realidad a conveniencia, mostraba cómo en una población de los USA, para evitar accidentes con armas entre menores de edad, decidieron enseñarles a disparar. Una justificada decisión, llevada a cabo por unos políticos que otras veces toman una foto por la realidad y mandan reducir una inauguración porque no vamos a celebrar la violencia con algarabía, como si fuéramos el preso ese de ETA que después de cada asesinato conseguido por la banda brinda con la sangre derramada, otro que lo confunde todo, y al que nos quieren asimilar si asistimos a inaugurar una exposición en la que todo lo mostrado es mentira; todavía no han comprendido que es arte cuando no es vida, porque viven en la ficción de la representación que ejecutan a diario para hacernos ver que sus dichos son ciertos como lo es todo lo representado ante nosotros, salvo si nos encontramos ante la llevadera obra abstracta que cualquiera asume sin dificultad y entonces, como es imposible forzarla a ser realidades, lo mismo le vale al Caudillo, a Pujol o Maragall y no hiere porque no es nada; pero si llega alguien con imágenes que de tan falsas parecen ciertas, entonces con el diablo hemos topado.
Algo así, pero sin rodeos, ocurría el pasado 17 de enero en Estocolmo cuando durante una inauguración en el Museo de Historia, el embajador de Israel destruyó la obra God Made Me Do It (Dios me llevó a hacerlo) de los artistas Gunilla Sköld Feiler y Dror Fejler. El suceso merece ser descrito, el embajador de Israel entra y se dirige a la obra con decisión, un estanque con agua coloreada en rojo por el que navega una barquichuela cuyo velamen es el retrato fotográfico de una terrorista suicida, al ser de noche, el estanque lo iluminan cuatro focos que va apagando sucesivamente, llega al último y lo arroja sobre el estanque; con cara de ser el vecino de arriba de Woody Allen cargado de razón dice que lo destruido era apología del terrorismo y, tras expulsar todos sus demonios de la exposición, descansa. Como en el caso anterior, que confunde la foto con la realidad de lo expuesto sin acabar de verla, el embajador de Israel en Suecia olvida leer el texto que acompañaba la obra avisándonos de que «Ella cruzó en secreto hasta Israel, entró en un restaurante de Haifa, disparó sobre el guardia de seguridad, se hizo saltar por los aires y asesinó a 19 civiles inocentes», y asesinó a 19 civiles inocentes, puritita apología del terrorismo, hay que ser embajador de Israel para hilar tan fino. Al día siguiente el mismo Sharon felicitaba al embajador de su país por su decidida oposición al terrorismo, pero lo que resultó desconcertante fue ver al embajador de Suecia en Israel disculparse por este episodio de mal gusto, vaya, que la obra estaba bien destruida, ea. El caso conmocionó a una Suecia que estuvo desnortada durante una semana por algo que nadie comprendía, Israel no presentaba excusas y el gobierno sueco tampoco las exigía, mientras todas las críticas contra el embajador de Israel en Suecia eran tachadas de xenófobas por sus representados. Y todo porque el señor olvidó leer, de la misma manera que otros confunden el arte con la realidad y asistir a una inauguración con celebrar la violencia.
Aunque no cabe hablar de censura, como tampoco puede hacerse con lo ocurrido recientemente en el Palau de la Virreina con la obra del fotógrafo venezolano Nelson Garrido, del que sin dar razones retiraron dos fotografías para ser sustituidas por otra que el director de la sala juzgó más acertada para el conjunto de la exposición Mapas abiertos. De nuevo la fotografía por medio, otra vez la confusión entre la realidad y las cosas que se le parecen o que tomamos por más ciertas porque nos han obligado a ello al imponer la foto como medio de registro e identificación, toda oficina de expedición del DNI está acompañada por un fotógrafo retratista, lo demás viene de cajón; y cuando no es una foto, juzgan a su través, a distancia, sobre lo que no puede ser y te empapelan al momento.
Así, tras esta pequeña relación de los despropósitos a que nos tienen más que acostumbrados los políticos, no hay duda que toman el arte como peón de su tablero y cierran un exposición para avanzar en su ambición política (esto lo viví en primera persona de la mano de mi amiguito Juan Domingo cuando convirtieron la exposición Baldosas y pienso en la de los bebés suicidas, nombre de mayor impacto, lo reconozco), o deciden que una película es nefasta para la población y apologética de lo otro, el que la exhiba colabora con el enemigo, quien la premie, más, y si no la abucheas, sospechoso. Todo esto viene a ser la norma de nuestros políticos en el ejercicio de su noble vocación de servicio público.
Pero lo que todavía resta por dilucidar es por qué se acepta de tan buen grado la violencia, o el sexo, en la televisión o el cine y no se permite con igual facilidad en las salas públicas de exposiciones, la verdad es que sólo se me ocurre una respuesta y no sé si acierto, mientras a la televisión todo el mundo la califica como tonta y al cine te dejan entrar con palomitas, en los museos y otros centros de arte, todavía se exponen las obras con un protocolo que prohíbe acercarte a ellas y levantar la voz, algo que las eleva más de lo necesario y contribuye a tomar por cierto lo que no deja de ser mentira, de manera que todo lo que entra en un museo, o en una sala de exposiciones reconocida, queda santificado, y como en estos momentos toca confundirlo todo y decir que la violencia es terrorismo, no en vano en los libros de estilo de muchos medios de comunicación a los manifestantes callejeros pasados de vueltas se les llama indistintamente terroristas o violentos, exponer representaciones de la violencia en el EACC ha resultado santificarla.
Y con todo este revuelo nos hemos quedado sin poder ver con imparcialidad, para juzgar mejor, la primera exposición que el nuevo director de este espacio, el señor Manuel García, asume como propia. Una pena.
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