El arte como disculpa

Lo que más me pone de los nervios es que me pregunten qué es el arte, porque tras mil intentos por definirlo, uno siempre queda insatisfecho con las respuestas, incluso con la que yo me pueda dar a mí mismo por momentos, la última tontería que se me ocurrió al respecto es que el arte es hacer amigos, imagínate el nivel de cordura que uno puede perder ante preguntas de tal calibre.

Pero cuando te sitúan en el brete en que ponen a JAM Montoya, la única respuesta que se me ocurre es que el arte es la disculpa, de unos y otros, para llevar el agua a su molino.

El arte no vale para nada, eso lo saben todos menos los que quieren cambiar el mundo a fuerza de objetos (o procesos) artísticos, pero cuando los doctos nos dicen qué es o no tolerable, comienza su utilidad como campo de batalla, hoy electoral, pero otras veces de otro tipo, incluso hay quien lo emplea para adoptar posiciones ideológicas, si no fuera porque tampoco se dan, o las encontramos en las mismas alcantarillas por donde las buscó Ernesto Giménez Caballero.

Me he visto envuelto varias veces en atentados a la moralidad, la sensibilidad y no sé cuántas cosas de esa especie. La que prefiero es la que cerró una exposición comisariada por mí a las dos horas de su inauguración, acto social al que, como todo el mundo sabe, sólo asisten los allegados del artista. Pero, fruto del empeño puesto por los medios de comunicación en que lo expuesto hería la sensibilidad, daba gusto ver a los lugareños, que no habían estado en la inauguración porque el arte no interesa a nadie y no iba con ellos, contestar a los entrevistadores con el terminante argumento de que la exposición debía ser cerrada porque atentaba contra al sensibilidad. La respuesta era unánime, el éxito de los medios, completo.

Ahora, buscando en el fondo de librería, alguien encuentra un librito editado hace años, con modestia y buen gusto; sí, buen gusto, aquí habrá quien se lleve las manos a la cabeza, pero la serie fotográfica me satisface al extremo de sumarme al prólogo.

Dicen que las fotos son ofensivas, intolerables, no sé, ante estas cosas, uno cierra el libro, cambia de canal o apaga la emisora, pero otros prefieren resucitar la moral y buenas costumbres.

No hace muchos días, oí a un político exigir que debíamos volver a los valores tradicionales porque estaban en extinción (un criterio ecológico como otro cualquiera), y me vi trasladado a un entorno de cuartos oscuros, maricones de gueto, queridas con piso franco, hijos naturales, sietemesinos (palabra que tardé años en comprender que significaba boda de penalti y no hijo prematuro), y un montón de cosas más que profundizan en nuestras tradiciones.

Propongo, como en otra ocasión lo hizo un crítico contra una muestra de mal gusto, que se cuelgue al fotógrafo de los pulgares o se le aplique cualquiera de los suplicios descritos por Henri Sanson (miembro de la séptima generación de una ilustre familia francesa de verdugos) aplicados con rigor a sus pacientes. Se puede encontrar en cualquier fondo de librería, tal vez dos filas más atrás del Sanctorum de JAM Montoya.



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