alberto serrano me invita a participar en _interzonas'06. ii encuentros europeos con el arte joven_ en zaragoza, en el palacio de sástago, organizado por él y realizado entre los días 28 de febrero y 19 de marzo de 2006.

la invitación supone la elección de una obra, o dos (me inclino por una de óscar mora, _el supermercado de las emociones_), que pueda contribuir al debate sobre _la dimensión conceptual contemporánea de pintura y la frontera de los soportes en las aplicaciones mediáticas_ desde su defensa teórica. me inclino por la obra de óscar mora, porque como se leerá más abajo, me permite participar en el debate sobre la realidad de la pintura con hechos, aquellos que pone de manifiesto la instalación-jolgorio que he elegido para contribuir a desenredar una madeja que nunca dejará de estar liada. no puede quedarme al debate pero aquí sigue lo dicho.




Parece que toda la bronca entre los soportes empieza cuando un jurado premia una escultura en un concurso de pintura, algo que sólo puede suceder si la escultura está mal hecha, el jurado mal constituido o la distinción entre artes ya no interesa, me inclino por la última causa.

El supermercado de las emociones (Óscar Mora, 2003) es la obra que he seleccionado para contribuir a la discusión sobre dónde está cada cosa. Y ello por varias razones, la primera porque emplea una técnica que anticipó esta crisis que se nos llama a resolver, al utilizar la serigrafía, un proceso de seriación industrial, que permite al objeto estar de manera múltiple y, sobre todo en este caso dado la naturaleza de la obra como instalación-jolgorio, descomponerse para volver a su sitio.

El supermercado de las emociones tiene dos presencias, la inaugural, cuando el autor, por persona interpuesta, regala una de las cajas que el expositor de productos ofrece, a cambio de un sencillo vale premio por estar presente. Al ir regalando partes de la instalación, algo posible por estar realizadas con una técnica de seriación (y así lo serigráfico se presenta como precedente del inagotable digital que hoy vemos en todas las obras artecnológicas), presenciamos la descomposición de la obra ante nuestros ojos y sufrimos la angustia de su desaparición por la alternancia de elegir una u otra parte de ella, la que más te guste o, ya que es gratis, la que menos te moleste con tal de llevarte algo a casa. Presenciar este proceso de descomposición es sumamente interesante porque te acerca a lo que supondría estar en un servidor de archivos informáticos que nos muestre cómo vamos liberando secuencias de bitios, para nuestra sorpresa, repuestos al instante. Aquí, como todavía asistimos a un proceso predigital, la recomposición ocurrirá al otro día, cuando se haya terminado el jolgorio y la obra resulte una instalación al uso que muestre su segunda presencia, la expositiva de a diario, lejos ya de la fiesta inaugural.

Durante la inauguración todavía hemos presenciado algo más de forma inadvertida, la alternancia entre una y otra caja, ambas vacías porque en realidad el contenido se encuentra en el mismo envoltorio, es decir, en nada, y será el global al que competa la composición del significado, de la misma forma que ocurre con la alternancia de bitios que en sí son pura forma secuencial. Una bella metáfora que traslada el estado de cosas digital a la puerta de tu casa, al supermercado de al lado, donde cada día vas a que no te den más que la emoción de comprar lo superfluo, que es en lo que caes cuando te sales de la lista previa, ristras de bitios, como listas de lo imprescindible es lo que te rodea y donde habitualmente vives.

La serigrafía permite estos juegos porque anticipó con su irrupción el lugar que iba a ocupar lo seriado en nuestros tiempos y por eso esta instalación de apariencia trivial consigue dar en la clave del estado de cosas, tanto en las artes como a la puerta de casa.

Nos anuncia el dilema digital en que estamos tanto como nos cuenta otra historia no menos importante, el movimiento se está cargando la pintura porque sigue quieta, a la pintura le sucede lo que a la fotografía, que se gustan por contemplativas, pero ya nadie contempla nada ¿cuándo fue la última vez que te pusieron un banco delante de un cuadro para que te pararas a verlo? sólo sucede en las pinacotecas clásicas (creo que clásico aquí sobra ya que sólo se atreve a reclamar el término pinacoteca un espacio así de anterior), en los centros contemporáneos ni los ponen para ver una videocreación de noventa minutos porque no quieren que te quedes, esperan que todo suceda a una velocidad de vértigo y ahí ni la pintura, ni la fotografía o la serigrafía que son su continuación por otros medios, tienen nada que hacer, por eso El supermercado de las emociones nos pone ante el asunto del movimiento con crudeza, porque acaba con la representación fija, la destruye, como sucede con esta obra durante la inauguración, y sólo tras una recomposición minuciosa por parte del autor, de nuevo mimándola y devolviendo cada cosa a su sitio en lo posible, sólo después de un proceso clínico de urgencia, recuperamos el éxtasis de la quietud pictórica porque en esta obra se juega con al representación estática como súmmum de la vacuidad y ausencia de relación con la realidad, tal vez otro de los factores para la actual desafección a lo pictórico, algo quieto que nos queda lejos, sobre todo del vértigo del vivir que padecemos y que la dromología estudia tan bien.

Aunque todavía existe un aporte más de El supermercado de las emociones a la discusión al mostrarnos el actual encapsulamiento de las obras de arte (bajo distintos sufijos como son el aac, mp3, mp4, mov, jpg, tif, etc.) para satisfacer las necesidades individuales de transportabilidad en los numerosos adminículos con que se va dotando el hombre en su tránsito hacia el ciborg y que aquí nos facilitan al darnos una caja vacía, muy aparente y real, que llevar con nosotros; en el otro lado, en el de la sofisticación artecnológica eso supondrá descargarte la obra a tu ipod por un módico precio, y listo.

De esta forma, El supermercado de las emociones nos lleva del hipermercado al hiperespacio en un momentito, pues curiosamente los orígenes del hipermercado, en la Francia de 1963, coinciden en el tiempo con los orígenes de Internet, en los USA de 1964. Y aquí nos planta esta obra banal de la que no podemos evitar llevarnos la muestra a casa.

19:30/05.03.2006

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